domingo, 4 de marzo de 2012

Agarrándose de Dios

El ser humano, como ser en relación, está en contacto no sólo con otras personas o con los seres de la naturaleza. También está el ser divino, lo trascendente, Dios mismo. No importa como le llamemos, lo importante es que estamos también en relación con Dios. Y no importa que le neguemos o lo rechacemos, o simplemente nos sea indiferente. Dios siempre sale al encuentro de nosotros, aunque no queramos nada con Él. 
Por eso es importante mencionarlo en este blog. Dios es como una rama de donde nos sostenemos en el momento que tropezamos y parecemos caer. Yo diría, más bien, que es como la mano de alguien que nos acompaña y que nos sostiene en el momento de tropezar. Él no nos va a dejar caer tan fácilmente en la angustia y ansiedad. Si como pareja ponen a Dios en la base de toda su relación, difícilmente se separarán. Sí, es cierto. Y esto por varias razones:
Los valores de la fe. Toda creencia está sostenida por principios éticos o valores que la fundamentan. Estos principios, asumidos en la práctica, hacen de la vida misma una expresión de amor y cumplimiento de estos valores incuestionables. Quien vive en esos valores difícilmente volverá a ser infiel.
Las prácticas del creyente. Hay prácticas en todo culto, que aplican  los verdaderos creyentes y que fortalecen la disciplina personal en la búsqueda del encuentro con Dios y del cumplimiento de su voluntad en la vida misma: oración frecuente; prácticas de disciplina que incluyen el alejarse de entornos que pueden facilitar "caer en pecado", entendiendo el pecado como toda acción que aleja al creyente de su relación armoniosa con Dios y con su prójimo; las orientaciones constantes que hace toda iglesia de invitar a un cambio de vida más positiva y ceñida a ciertos valores. Estas y otras prácticas sirven de entrenamiento, forjando en el creyente una disciplina que le capacita para superar toda prueba o tentación, incluyendo otras propuestas para ser infiel.
El encuentro con Dios. Dios es amor; pero el amor de Dios es más perfecto que el de la pareja, que espera ser recíproco en el amor; o sea, que espera ser también amado. En Dios el amor no busca reciprocidad. Se da porque ama, sin esperar nada a cambio. El amor de pareja puede aprender del amor de Dios, dándose sin esperar ser recompensado, perdonando y volviendo a comenzar, por que se ama de verdad.
Aunque no queramos seguir a Dios, Él siempre nos sigue y acompaña; aún en lo secreto. Si la pareja se pone en sus manos, con sincero corazón, es seguro que les guiará por sendas de paz en la relación de pareja que buscan forjar.

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